No os lo vais a creer. Me he pasado
varias semanas acumulando polvo y borras de pelusa bajo el sofá de una lectora
y… ¡no me importa!
Sí, de verdad.
Todo comenzó hace tres semanas
cuando Claudia me sacó de la biblioteca. Una amiga le había recomendado mi
lectura y al fin le hizo caso.
De camino a casa nos encontramos
con un compañero y antiguo amor de instituto que, a la muerte de su madre, se
mudó antes de terminar el curso. Hacía veinte años que Claudia no lo veía, pero
a juzgar por el vuelco que dio su corazón, seguía interesada.
Eduardo, algo aturdido, la invitó a
tomar un café en un bar cercano y empezaron a contarse lo que les había
ocurrido en todos esos años.
Embelesado, yo les escuchaba sin
perderme ni un detalle. Se hizo de noche, sin embargo aquellos dos seguían
hablando ajenos al tiempo.
Las protestas de sus respectivos
estómagos les obligaron a pedir algo para cenar y, entre bocado y bocado,
continuaron con el resumen de sus vidas.
Diréis que es extraño que no
estuviera quejándome por ser ignorado tanto tiempo; os comprendo. Yo tampoco
entiendo mi comportamiento. ¿Estaré perdiendo la tinta? ¿Será la edad?
Quizá fue por las miradas tan
tiernas que Eduardo le dedicaba a Claudia o por el modo en que a ella se le
sonrojaban las mejillas y le brillaban los ojos al contemplarlo. No sé.
Ya sabéis que soy un romántico
incurable. ¡Ah… el amor!
Lo cierto es que mis hojas
permanecieron esponjadas y mis caracteres quietos como soldaditos de plomo
atentos a todo lo que sucedía entre aquellos dos.
Llegó la hora de cerrar el bar y
Eduardo, un caballero, se ofreció a acompañarla a su casa.
No os voy a contar todo lo que
sucedió una vez que llegaron allí y Claudia le invitó a subir para tomar un
último café.
Sólo os diré que el deseo que había
entre ellos crepitaba como las llamas de una fogata y que antes de que ella
terminara de colocarme en la mesita de café del salón, Eduardo la estaba besando
y yo terminé en el suelo, mudo espectador de una escena digna de la mejor
novela romántica de todos los tiempos. Para que luego hablen de fantasías.
Ay, ¿entendéis por qué no me ha
importado estar durante esas dos semanas bajo el sofá?
Porque aquello no terminó ahí. ¡Claro
que no! Eduardo y Claudia siguen juntos. Recuperan el tiempo perdido desde que
se separaron cuando eran adolescentes.
Ella se ha olvidado de mí. ¿Quién
no lo hubiera hecho de tener un hombre tan atento, atractivo, atrayente,
arrebatador…? (Sí, ya no se me ocurren más adjetivos que empiecen con “a”) Sin
embargo, imagino que os haréis a la idea de lo que quiero decir, ¿no?
Cualquier día de estos Claudia
recibirá un aviso de la biblioteca para que me entregue, pero hasta entonces,
seguiré disfrutando cual voyeur de papel.
Hasta otra y si no nos vemos:
¡¡¡Feliz Navidad y Próspero año
2013!!!
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