¡Han vuelto!

Sí, hoy les hemos visto por aquí.

Llevaban varios meses sin venir y empezábamos a temer lo peor.

¿Qué no sabéis a quiénes me refiero? No me extraña, después de tanto tiempo.

¡Darío y Dorotea! Ni más ni menos.

En cuanto les he visto llegar he puesto toda mi atención en averiguar qué había pasado para tan larga ausencia. No he tenido que esperar mucho, pues enseguida les han rodeado los otros ancianos para interesarse por ellos.

Por lo visto, poco antes del verano, Darío resbaló y cayó al suelo. Tuvieron que ingresarle en el hospital; se había roto la cadera.

Imagino el dolor que pasó el pobre hombre. Pero algo bueno salió de todo eso. Dorotea fue a visitarle y allí se encontró con Marta y Alberto, los hijos de Darío.

No os imaginéis que todo fue miel sobre hojuelas. No, nada de eso.

Las cosas nunca son tan fáciles.

Marta, que tras hablar con su padre había decidido conocer a Dorotea, se acercó a saludarla. Por el contrario, Alberto continuó tecleando frenéticamente en su Blackberry sin hacerla el menor caso.

Ni que decir tiene que Darío se sintió mortificado por los malos modales de su hijo, y le hubiera dado un buen pescozón de no haber estado atado a la cama.

¡Estos hijos…!

Dorotea, que es toda una dama, dejó pasar el desaire y centró toda su atención en su amado.

Tras la visita, Marta se ofreció en acompañar a Dorotea hasta su casa y durante el trayecto estuvieron hablando.

Cuenta Dorotea que casi la sometió ¡al tercer grado!, pero que ella se prestó gustosa cuando vio lo preocupada que estaba por Darío. Al final Marta decidió que la anciana no presentaba ninguna amenaza para su padre y terminó por abrazar a la mujer, que estaba tan preocupada por él, como ella misma.

¡Ay! No puedo seguir. Viene la bibliotecaria a ordenar las baldas y no quiero que me encuentre demasiado alborotado, no sea que me incluya en el próximo expurgo.

Otro día os cuento el resto.

Hasta otra,

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Pilar Cabero - escritora

Pilar Cabero - escritora
Bienvenida amable lectora y también a ti, lector, a mi humilde casa. Elige un sitio para sentarte y ponte lo más cómodo posible. Sí, ese de ahí está bien. Deja las prisas fuera y disfruta del momento. Puedes quitarte los zapatos y arrellanarte en el sofá. Si tienes paciencia y esperas un poco, pondré algo de música para ambientar. Espero que pases un rato agradable y siéntete como en tu casa.

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