
Pues sí, ya se han terminado las fiestas y todo vuelve a la normalidad.
Bueno, no tanto, la nieve cubre las calles y los resbalones están a la orden del día. Cuando veníamos para la biblioteca, hemos tenido un accidente: mi lectora ha patinado en medio de la acera y tras mover los brazos como si fueran aspas de molino, ha conseguido estabilizarse y no dar con su culo en el suelo.
Claro que yo no he tenido tanta suerte. La bolsa donde me llevaba se ha rasgado y he salido despedido. Tras aterrizar a varios metros con las pastas sobre la nieve, me he quedado con las hojas sacudidas por el viento y absorbiendo la humedad de los copos que caían sin descanso.
Brrrrrr, ¡qué frío!
Ella me ha cogido enseguida y ha empezado a sacudir la nieve que manchaba mi portada. Lo malo es que ha puesto tanto ímpetu, que he temido despedazarme del todo.
Una vez satisfecha, hemos entrado en la biblioteca.
Ay, bendito calor.
La lectora ha sido tan amable de contar a la bibliotecaria el accidente que acababa de ocurrir y enseguida me han puesto a secar sobre uno de los radiadores.
Una hora más tarde mis hojas estaban completamente secas y yo esperando a que me llevasen a mi lugar correspondiente o —no caerá esa breva—, al expositor de novedades. Empezaba a aburrirme y quería saber qué tal habían pasado las fiestas mis compañeros de fatigas.
El primer estornudo me ha pillado desprevenido y casi me caigo del radiador. Mis pobres letras se han pegado al papel como lapas para no salir despedidas con los siguientes.
Para cuando me han puesto en mi balda de siempre, no tenía fuerza para mantenerme erguido y me han tenido que sujetar entre dos de mis colegas.
¡Qué balito esdoy!
Pero que mi esdado dan deblorable no os imbida ir a la bibliodeca, bor favor.
¡Hasda brondo! Aaaachísssssss!!!!!
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Nota: La fotografía es de un óleo que pinté hace unos años.