Hoy por fin se ha sabido. La noticia llevaba planeando por encima de las baldas durante las últimas semanas, pero no queríamos hacerle caso. Ahora ya no hay manera de eludirla: Amaia se marcha. Sí, se va a trabajar a otra biblioteca.
Sé que deberíamos alegrarnos por ella, y en el fondo lo hacemos (no penséis que somos tan desalmados), aunque eso no hace menos triste su marcha. Tenemos nuestro corazoncito. Sí, latiendo entre tinta y celulosa.
Ella es una estupenda bibliotecaria, de las que hay pocas. Y no es porque yo lo diga, es una opinión generalizada entre todos los volúmenes que componemos el fondo de esta biblioteca. Sobre todo para nosotros, las novelas románticas. De todos es bien sabida su afición por el género. ¡Madre mía, anda que no nos ha recomendado veces! ¡Con qué cariño habla de nuestros argumentos con los lectores y las lectoras!
Ay, me emociono tanto que hasta me tiemblan las hojas. Vaya, no quiero llorar. Debo aguantar con estoicismo. Si lloro se me diluirán los caracteres y terminarán formado un charco negro en la balda.
Snif… No… no os podéis imaginar… lo duro que es esto. Snif… ¡Qué… qué difícil mantener el tipo!
¡Basta! Deja de compadecerte y levanta el ánimo. Ese lomo bien derecho, las hojas apretadas. ¡Eso es! ¡Que no te vea llorar! ¿Acaso quieres que se vaya con pena?
No… no, desde luego que no lo quiero.
Dadme un minuto, por favor.
Ay, parece que se me pasa.
Os pido perdón. Uno es un tanto sensible para estas cosas.
Espero que en su nuevo trabajo sea feliz y que disfrute muchísimo. Nosotros, desde aquí la echaremos de menos.
Amaia, no nos olvides y haznos alguna visita de vez en cuando.
Para terminar, sólo me resta decir una cosa a los afortunados ejemplares que estarán a partir de ahora en sus manos:
—¡¡¡No sabéis cuánto os envidio, puñeteros!!!
Hasta pronto.
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