Pues sí. No hay quién me lo quite de la tinta.
Entre Darío y Dorotea hay algo.
Ya les han visto varias veces junto a la maquina de café. Incluso ayer llegaron juntos a la biblioteca.
Vale, eso no quiere decir nada.
O tal vez diga mucho.
¿Es casualidad o habían quedado en llegar a esa hora? Convendréis conmigo en que hay una diferencia importante entre una cosa u otra.
Yo me inclino por lo segundo: quedaron a esa hora.
Poco a poco se han convertido en mis ancianos favoritos y, cada mañana, procuro estar pendiente de ellos. ¡¡¡Hasta he llegado a desear que no me prestasen para seguir espiando sus movimientos!!!
No me reconozco a mí mismo.
Vosotros pensaríais lo mismo que yo si hubierais visto las miradas tiernas que se dedican el uno al otro.
No; no son invenciones mías. Los he visto. ¡De verdad! No os miento. Se miran cuando creen que nadie se fija en ellos.
Ay, se me esponjan las hojas ante el amor. ¿Qué queréis? Soy un sentimental.
Los demás libros no me creen, pues piensan que dado mi interior tan romántico, no soy capaz de pensar en otra cosa. ¡Ilusos!
En mi interior hay mucho más que besos y abrazos. Entre mis protagonistas también hay odio, recelo, venganza… ¡Si lo sabré yo! Vamos, que no se matan de milagro.
Por eso, aunque mis compañeros no lo crean, mi sabiduría alcanza más allá del cariño.
El tiempo me dará la razón. Ya lo veréis.
Cualquier día de estos, ellos mismos lo verán igual que yo.
¡Ah! Estoy deseando que llegue mañana para seguir vigilando el nacimiento de este amor maduro.
Hasta otra.
Todos los derechos reservados©