¡Qué locura!

Estoy inmersa en la corrección de mi última novela y deseando acabar para ver el resultado.
Al llegar a este punto, siempre me siento como si ya hubiera comenzado a despedirme de los personajes. Cual madre que les empezara a dejar libres (¡Cómo si alguna vez hubieran estado atados!). Es triste y a la vez liberador. Pero sobre todo: necesario.
El otro día, en cuanto cerré el Word hasta el día siguiente, mi mente se vio asaltada por un par de nuevos personajes. No tardaron en presentarse y en dar todo tipo de detalles para que les conociera bien.
¡Por Dios, si aún no había acabado con los anteriores!
Luego, sin hacer caso a mis suplicas de que esperasen unos días para contarme sus vidas, continuaron relatándome sus problemas entre peleas e insultos. ¿Cómo es posible que se lleven tan mal? Vale, reconozco que les han hecho una trastada y muy gorda, pero de ahí a que parezcan dos perros rabiosos…
El caso es que ahora mi cabeza es un bullicio de voces diferentes que se pelean por hacerse oír. Unos a punta de espada y los otros esgrimiendo un portátil.
¡Piedad!
A este paso no sé cómo lograré acabar la corrección sin que estos nuevos personajes interfieran en una historia que no es la suya. O, sin que terminen por volverme loca.
¡Ya voy! ¡Callaos un rato! Todavía no es vuestro turno.
En fin. Si tardáis en saber de mí, buscadme en algún sanatorio.
Besitos.

Excusatio non petita, accusatio manifesta

El hombre ha entrado en la biblioteca y después de saludar a las bibliotecarias se ha dirigido directamente a las baldas. Yo lo he visto muchas veces por aquí.
Hace mucho tiempo mis compañeros me contaron lo sucedido con ese lector. Al parecer el hombre siempre se llevaba novela romántica y un día, sin que la bibliotecaria de turno le hubiera preguntado nada, él le explicó que eran para su mujer.
Días más tarde, cuando el lector regresó para devolver las novelas volvió a coincidir con la misma bibliotecaria. Esta vez le dijo sin sutilezas que los libros eran para él. Que la vez anterior le había mentido porque se avergonzaba de leerlos. Luego, después de haberlo pensado mucho, había decidido no ocultar una afición que le relajaba después de un trabajo, psicológicamente, agotador y muy estresante. Al fin y al cabo no hacía ningún mal con ello.
¡Bien por él! Otro que ha salido del armario de los lectores de novela romántica.
Y con tanta divagación no me he dado cuenta de que está mirando la sección de la “C”. ¡Por Cervantes, y yo sin prepararme!
Él tiene la cabeza inclinada para leer mejor los títulos. Yo aguanto la respiración para que llegado el momento pueda sacarme sin problemas. Se acerca. Espero impaciente y…
¡Síiiii...! ¡Me ha cogido! ¡Me tiene en sus manos!
Lee mi sinopsis, sonríe y, sin soltarme, sigue mirando los demás títulos por si encuentra otro más para llevarse.
Soy un poco cotilla, lo sé, pero tengo unas ganas locas por saber en qué trabaja.
Y ahora, permitidme que disfrute de este momento de felicidad. Después de todo: me paso el día esperando que me lleven.
Hasta otra.
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Perdido

Estaba pedido. ¡Sí, perdido! ¿Podéis creerlo?
Olvidado, sin leer y cogiendo polvo. Esa no era la idea que yo tenía de un préstamo. Pero estos días así han sido las cosas para mí.
Todo empezó hace un mes. Una lectora algo despistada (ya me habían advertido de eso mis compañeros de balda, aunque yo no les hice caso), me tomó prestado de la biblioteca.
Me llevó a su casa junto a tres libros, que había comprado ese día y nos colocó encima de una pila de revistas de decoración a la espera de ser leídos.
Unos días más tarde se presentó su hermana con su hijo; un bebé de dieciocho meses (lo sé porque ella misma lo comentó) inquieto y curioso.
Al niño enseguida le llamaron la atención los colores de las portadas de las revistas y comenzó a tirar de ellas para verlas mejor. En la lucha libros y revistas caímos al suelo. ¡Vaya batacazo!
Las dos mujeres se levantaron con presteza para recogernos y una de las dos, de una patada, me envió bajo el sofá.
Las vi recoger todo y volverlo a ordenar sobre la mesa. Esperaba que en cualquier momento se acordaran de mí y me sacaran de aquel lugar claustrofóbico. Pues no, no fue así. Se olvidaron por completo de que yo no estaba junto al resto de libros. ¿Cómo podían borrar de sus mentes una portada tan espectacular como la mía? Imagino que fue porque mi lectora le estaba hablando de un chico que conoció en el avión y estaba muy emocionada.
Durante días mi campo de visión se redujo a contemplar las punteras y talones de los zapatos. (Por cierto, si me estás leyendo, tu madre necesita llevar los suyos al zapatero para que le cambien las tapas).
No fue hasta que recibió una carta de la biblioteca recordándole que se le había acabado el plazo y que aún no me había devuelto, que no se acordó de que no me había visto.
Puso toda la casa patas arriba. Le vino bien para encontrar el número de teléfono del chico que conoció en el avión, y que creyó haber perdido. Y una lista con las propuestas para el nuevo año que escribió durante la Navidad.
Al final me descubrió solo y aburrido bajo el sofá del salón.
—Así que estabas aquí. Bueno, pues como ya no puedo evitar la sanción, esperaré a leerte antes de llevarte a la biblioteca.
¡Oh, por Gutenberg! Esa es la mejor noticia que he tenido desde que comenzó el año.
Ahora está sentada en ese mismo sofá, enfrascada en mi lectura y suspirando de vez en cuando por mis escenas, algo tórridas. Sus manos peinan cada una de mis hojas. Me acaricia con cariño.
Y yo… ¡¡¡¡¡ Soy feliz!!!!! ¿Qué más puede desear un libro?
Hasta otra.
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Pilar Cabero - escritora

Pilar Cabero - escritora
Bienvenida amable lectora y también a ti, lector, a mi humilde casa. Elige un sitio para sentarte y ponte lo más cómodo posible. Sí, ese de ahí está bien. Deja las prisas fuera y disfruta del momento. Puedes quitarte los zapatos y arrellanarte en el sofá. Si tienes paciencia y esperas un poco, pondré algo de música para ambientar. Espero que pases un rato agradable y siéntete como en tu casa.

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Gracias por tu visita.

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